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miércoles, 12 de mayo de 2010

Todo lo que sube, baja...


Dos días después de subir al norte, bajo, de nuevo en tren, al sur. El mismo tren que me llevó a Madrid, me lleva otra vez a Cádiz, mi ciudad, mi hogar. Una tónica en la cafetería, con un ventanal que me enseña un cielo nublado y un campo verde, muy verde, me hacen compañía mientras escribo esta entrada que cierra el círculo de escribir "in itinere".

El Escorial sigue igual de fantástico de como lo recordaba desde la última vez que lo ví hace unos años. Sus paisajes, sus calles, sus bares, siguen ahí, como si no pasara el tiempo por ellos. Y por encima de todo, sobre un cielo azul poblado de nubes, el imponente monasterio que se construyera por orden de Felipe II, sigue impresionando a propios y extraños. Mitad palacio, mitad monasterio, recuerda al poder de antaño por los cuatro costados. En la actualidad, lo único que lo une al poder es el Panteón Real, donde los reyes de España, desde Carlos I, son enterrados.

Del curso que me llevó a El Escorial decir que ha merecido la pena. Ha sido denso, cansado, pero muy interesante. Además, volver a encontrarte con compañeros de casi todos los rincones del país, es tan enriquecedor que, sólo por eso, merece la pena recorrer cientos de kilómetros,.

El tren baja tan lleno como subió. Curiosamente, como una pequeña venganza del destino, ruidosos niños viajan en los asientos contiguos. Bueno, ¿qué le vamos a hacer? Siempre queda una tónica en la cafetería. También baja un buen amigo que vuelve de Barcelona de recibir buenas, muy buenas noticias. Un tren es un pequeño universo repleto de pequeños mundos que viajan juntos.

Estamos llegando a Cádiz y, por tanto, el final de este viaje y el final de esta entrada. Como dice el título, todo lo que sube, baja.

Hasta la próxima, suerte y bendiciones.

lunes, 10 de mayo de 2010

De trenes que viajan hacia el norte...


Aquí estoy, montado en un tren, viajando hacia el norte. Es la primera vez que escribo en ruta, pero el compromiso de no dejar de publicar, al menos una vez a la semana, me obliga a ello. Gracias a las nuevas tecnologías, puedo escribir mientras viajo en tren hacia El Escorial por motivos laborales.

Pensé que el tren iría medio lleno o medio vacío, que cada uno lo entienda como quiera, pero no, va lleno hasta los topes. Niños, mayores, mediana edad, todas las edades están representadas en el vagón, en todo el tren. Escribo desde la cafetería, huyendo de dos pequeños que viajan a mi lado y que, aburridos de tantas horas de tren, han empezado a aburrirse y a trastear a mi lado. Ya sabéis lo que decía la Reina Victoria de Inglaterra: "a los niños hay que verlos pero no oirlos". Bueno, quizás un poco drástica, pero para esta ocasión, me sirve la frase.

De las formas que hay para viajar, creo que, el tren, aún teniendo sus pequeñas pegas, es de los más cómodos y prácticos para ir desde Cádiz a Madrid. Aproximadamente cuatro horas y media que, entre un poco de lectura, un poco de siesta y un rato de cafetería, se hacen cortas y llevaderas. Ahora que puedo sumar escribir en el blog, todavía mejor.

Los trenes siempre me han inspirado aventuras, huidas y nuevos comienzos. Reconozco que es una visión muy romántica del medio de transporte, y que, en este caso, un curso formativo no tiene mucho ni de aventura, ni de huida ni de nuevos comienzos, pero, para qué voy a negarlo, salir un par de días de la rutina y de la "espesura de las mediaciones" es un buen regalo a mediados del mes de mayo.

Bueno, a lo lejos se vislumbra ya la Villa y Corte, así que voy a ir cerrando esta entrada atípica e itinerante.

Hasta la vuelta, suerte y bendiciones.

PD: Por ser una entrada "in itinere" no ha pasado por mi correctora oficial, espero que sabrán disculparme.