
Hace unas cuantas semanas que, en los estantes de los supermercados, aparecen expuestos los típicos productos de Navidad. Un poco más tarde aparecieron los adornos de las mismas fiestas y, a los dulces y adornos, se ha unido la televisión con su clásico "bombardeo" de publicidad de perfumes, juguetes y demás... Pronto, igualmente, empezarán a llegarnos los mensajes y felicitaciones cargados de deseos de amor, felicidad, salud... Me parece bien que nos felicitemos, que nos deseemos buenas nuevas para todos, al fin y al cabo ¿qué otra cosa nos deberíamos desear si no es el bien y la felicidad?
Sin embargo, cuando veo tanto deseo de pasarlo bien, tantas imágenes de familias unidas, de amigos celebrando fiestas, a personas bien vestidas brindando con champán, de gente recibiendo regalos carísimos y brillantísimos, no puedo dejar de pensar en aquellos que pondrán en la fiesta de la Navidad, o mejor dicho, en esa falsa imagen de la Navidad, todas sus expectativas de felicidad.
La RAE define "expectativa" como la esperanza de realizar o conseguir algo. Está bien tener esperanzas de que el futuro nos depare algo bueno o mejor, sin embargo, si desmesuramos nuestras esperanzas en algo o en alguien, podemos correr el riesgo de que, si no se cumplen, nos podemos sentir tan defraudados que nos haga mucho daño.
En el caso que nos ocupa, pienso en los que esperan de la Navidad, por un lado, fiestas, regalos, diversión y por otro, los que anhelan compañía de familia o amigos, y al final no tendrán ni uno ni otro. Esperar de la Navidad un milagro mágico es esperar en vano. Celebrar la Navidad es otra cosa, pero se le ha cubierto de tantos añadidos erróneos que, al final, más que ser una gozosa noticia para muchos es una pesadilla.
Cuidado con las expectativas, cuidado con magnificar lo que no es, por que al final lo que esperamos que nos haga feliz, quizás tenga el efecto contrario.
Hasta la próxima, suerte y bendiciones.