Hace unos días vi en televisión un programa de esos en los que gente de Andalucía o España, no recuerdo bien de donde eran, se mudan por trabajo, amor, o cualquier otra razón a otro país del mundo. En esa ocasión, la persona que protagonizaba el reportaje, se había mudado a Nueva Zelanda. Primero, muy ufano, enseñó parte de los paisajes donde se habían rodado escenas de El Señor de los Anillos y, posteriormente, un poco más comedido, llevó a los reporteros a comprobar como las construcciones del barrio donde vivía habían soportado, casi ilesas, un terremoto de 7.2 en la escala Richter.
Hace una semana, un tifón arrasó parte de Filipinas, golpeando, especialmente, las islas de Leyte y Tacloban. Miles de muertos, millones de desplazados, años para volver a reconstruir lo que se ha perdido es la estela que deja Haiyan en este país del sudeste asiático. Es cierto que fue causado por la fuerza de la naturaleza, pero si hubiera encontrado otro nivel de desarrollo es muy posible que la tragedia hubiera tenido otra intensidad.
Filipinas y Nueva Zelanda son las dos caras de una misma moneda. Los dos países han padecido un fenómeno natural imposible de evitar, pero cada uno lo ha sufrido acorde a su nivel de desarrollo y preparación. Los ricos siempre salen mejor parados de todo que los pobres. Ser pobre es una doble tragedia. Es una doble injusticia. A los ricos les queda la ayuda de su gobierno y las indemnizaciones de los seguros, a los pobres solo la ayuda que reciban de la solidaridad internacional. A los ricos les quedará el recuerdo de un mal momento, a los pobres solo el olvido.
Hasta la próxima, suerte y bendiciones.
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