Nuestro barco no entró en la laguna de Venecia por el lugar que lo hacen habitualmente los cruceros. Por ser fiesta en Venecia, lo hizo por la ruta prevista para los buques que atracan en Porto Marghera. Me sentí como un ladrón que se cuela por la puerta de atrás para no ser ni visto ni descubierto. Por esa vía, en la lejanía, Venecia aparece sobre la laguna casi de forma mágica. Entre el cielo y el agua, la ciudad se nos presenta como un inmenso decorado dispuesto a embaucar a todo aquel que ose acercarse.
Nuestra visita comenzó en un vaporetto recorriendo el Canal de la Giudecca que nos dejó junto a la plaza de San Marcos, frente a la isla de San Giorgio Maggiore. Recorrimos la ciudad desde San Marcos hasta el puente Rialto, paseamos por el Gran Canal y nos "perdimos" por el laberinto de callejuelas, puentes y plazas que la ciudad custodia por sus estrechos canales. La visita, en realidad, fue como un trailer de una obligada estancia más amplia, pero, suficiente para darme cuenta que Venecia tiene un lugar en la historia por derecho propio y que se merece ser visitada por todo aquel que admire la belleza en estado puro.
Confluyen en la ciudad dos elementos que me hacen rendirme sin poder ofrecer resistencia alguna. El primero es el agua. Rodeada y configurada por el líquido elemento, la ciudad concentra la circunstancia de estar a orillas del mar Adriático, asentada sobre una laguna y atravesada por infinidad de canales. Venecia es agua allá donde mires. Sin embargo, el agua que la vio nacer, crecer, se ha convertido en su verdugo inmisericorde que, lentamente, la engulle sin remedio. El segundo elemento que me atrapa es la arquitectura. La ciudad posee maravillosos edificios de estilos góticos, renacentistas y, sobre todo, barrocos. A orillas de los canales, las fachadas de los palacios, de las iglesias y del resto de edificios lucen mezcladas y en perfecta armonía, componiendo una imagen irreal que fascina a quien las contempla.
Venecia es un enorme decorado lleno de magia y espectacularidad. Hay otra Venecia que se esconde detrás del decorado. Desgraciadamente, todo en este mundo tiene una cara y una cruz. Yo os invito a ver su cara al menos una vez y, luego, que cada uno cuente, si quiere, la cruz.
Hasta la próxima, suerte y bendiciones.
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