miércoles, 14 de enero de 2015

Años, cumpleaños, años...


Al despertar, lo atribuí, primero al delirio de la fiebre, luego a mi desencuentro existencial con los números y, finalmente, rendido a la evidencia de que el tiempo no se detiene, he asumido que, hoy 14 de enero, he cumplido, para mí y toda la humanidad, 48 años. Ahí queda eso.

El móvil, al vibrar con la primera notificación de Facebook, me confirmó que, ya era público mi abandono de los 47, y que tendría que empezar a afirmar que los 48 son una edad maravillosa. Lo son y si no, ya me encargaré yo de que lo sean.

Cumplir años es, siempre, una oportunidad de avanzar, de conocer nuevas realidades, nuevas posibilidades. Es mejor aprovecharlas, no resistirse.  Por muchos que se haya buscado, investigado y experimentado, luchar contra el tiempo es comenzar la batalla perdiendo.

Cumplir años es, también, una forma de tomar conciencia de que somos perecederos, que tenemos fecha de caducidad, que estamos de paso. Es un recordatorio de que debemos aprovechar cada minuto, cada segundo, para darle a nuestra vida profundidad y sentido.

Pero no nos pongamos profundos, esta entrada más que una reflexión, quiere ser una reivindicación de los cumpleaños que llenan los años de vida y no de los que llenan la vida de años. Terminemos, pues, con un mensaje positivo de que vivamos plenamente, buscando la felicidad, cada uno a su manera, al fin y al cabo solo se vive una vez.

A todos los que me habéis felicitado, muchas gracias, sin vosotros los 14 de enero serían muy muy aburridos.

Hasta la próxima, suerte y bendiciones.