sábado, 26 de septiembre de 2009

Libro, liber, libertad...

Los libros han sido mis amigos desde adolescente. Creo que son los amigos más antiguos que tengo. Empecé a leer por descubrimiento propio y por evasión de la realidad. Mi habitación se hacía pequeña y leer la ampliaba. Desde el principio me gustó tener mis propios libros y, la estantería de mi habitación era mi lugar preferido, bueno, confieso que compartía protagonista con los vinilos y los cassettes y con alguna baratija ornamental y sentimental, pero los libros eran los libros. Julio Verne, Enyd Blyton, Jerry West... fueron los primeros. Luego vinieron los clásicos, Galdós, Clarín, Stendhal... y entre medio, libros de clase B, siempre triviales pero siempre entretenidos. He leido lo que me ha apetecido en cada momento de mi vida no me he dejado llevar ni por lo que es necesario leer ni por las modas. Novela histórica, aventuras, teatro, guiones de cine, biografías, teología, de autores españoles y extranjeros, contemporáneos y de siglos pasados, todo lo que me ha apetecido.

Me gusta conservar mis libros, no soy mucho de los préstamos en la Biblioteca Pública. Cuando un libro me gusta mucho, quiero tenerlo en la estantería, en cualquier momento puedo volver a reeleerlo y recordar. No me gusta prestarlos, el famoso adagio que dice "quien presta un libro a un amigo, pierde un libro y un amigo" me lo impide. El problema es que cada vez tengo más libros y menos sitio para conservarlos.

No voy a descubrir la pólvora diciendo que leer es uno de los hábitos más "saludables" para el ser humano, pero sí puedo sumarme a todos aquellos que lo recomiendan. Los seguidores de este blog que leen pueden que coincidan conmigo en que la lectura es casi un don, o lo tienes o será muy difícil que los libros se conviertan en parte de tí. Seguro que conocéis gente que no lee nada y por mucho que le habléis de los libros no han decidido aventurarse en uno.

En estos días acabo de terminar de leer un libro de los que yo denomino tipo B, es decir, libros que sólo sirven para entretener sin más pretensiones y que, a priori, se sabe que no van a aportarnos nada más que entretenimiento. Sin embargo, el libro ha sido peor de lo que esperaba. Gracias a Dios que no formará parte de mi biblioteca por ser un libro de préstamo de la Biblioteca Pública. El libro en cuestión se titula "La trampa" y su autor es John Grisham y puede que os suene por ser el autor de "El informe Pelícano" o "La tapadera" ambas llevadas a la gran pantalla. El libro quiere y no puede, busca intrigar y aburre hasta la saciedad. Al final lo único que me ha quedado es la sensación de haber perdido el tiempo lamentablemente. Y vosotros diréis: ¿por qué no lo has dejado? pues por la absurda idea que me acompaña desde jóven de no dejar un libro a la mitad. Lo he hecho sólo una vez, cuando harto de esperar que Frodo Bolson en "El Señor de los Anillos" destruyera el anillo único, cerré el libro definitivamente a las puertas de Mordor cuando quedaba poco, muy poco, para el final. Desde entonces, libro que empiezo, libro que termino aunque luego me pese. Después de esta experiencia tendré que revisar esta costumbre.

Llueve a mares mientras escribo este post. Lluvia a través de la ventana y un libro. Hay otros paraísos, pero éste es uno de los míos.

Hasta la próxima, suerte y bendiciones.

domingo, 13 de septiembre de 2009

¿Qué nos dice el corazón?


"Tengo que llamar a ese amigo que hace tiempo que no veo, debería ir a visitar al hospital a un familiar de mi compañero de trabajo, tendría que hablar de ese problema con mi vecino..." todos hemos tenido situaciones o dilemas en las que no sabemos o sí sabemos pero no terminamos de decidir qué hacer. En muchos casos, los acontencimientos se precipitan y al final lo que nos queda es el resquemor de que no estuvimos a la altura de las circunstancias. Hay una canción de Sabina que dice que "no hay nostalgia mayor que añorar aquello que jamás sucedió". Creo que la frase ilustra perfectamente lo que quiero decir.

No recuerdo donde leí, escuché o me dijeron la frase que da título a la entrada, pero creo que para resolver muchos de mis dilemas es adecuada. ¿Qué me dice el corazón? Responderme es empezar al menos a conocer la respuesta. Quizás no nos resulte cómoda o nos cueste trabajo llevarla a la práctica, pero al final, si seguimos sus dictámenes, nos dará paz y quedaremos contentos y, sobre todo, con la conciencia de que hemos hecho lo que teníamos o debíamos hacer.

El corazón siempre se ha contrapuesto a la razón y al sentido común. Muchos nos han hecho creer que actuar siguiendo los dictámenes del corazón es abocarse al fracaso, no les niego parte de acierto, pero eliminar el corazón de las decisiones la despoja de calidez y humanidad. Ciertamente, y de eso sabía mucho Aristóteles "en el término medio la virtud" y por eso hacer caso al corazón para encontrar el camino y usar el sentido común para llevarla a cabo es, según mi criterio, lo más productivo.

Bueno, amigos, os recomiendo que la próxima vez que estéis en una encrucijada, buscad un poco de silencio y respondeos a la pregunta y dejad que ella os lleve.

Hasta la próxima, suerte y bendiciones.

martes, 8 de septiembre de 2009

Levante en Cádiz


Hace tres días que sopla el levante en Cádiz y, cuando sopla el levante en Cádiz, hay muchas cosas que cambian a nuestro alrededor. Para empezar todos nos venimos abajo pues el calor que acompaña a este viento del demonio es fuerte y nos deja a todos para el arrastre. Pero, ¿qué más cosas pasan en Cádiz cuando sopla el levante? pues, la cabeza le duele a muchos o se les atolondra, la tensión está por los suelos, los papeles vuelan de las papeleras y forman remolinos por toda la ciudad, se cancelan citas en las peluquerías porque los pelos ondean desesperados sin control, no se puede ir a la playa ya que la arena pincha de lo fuerte que vuela (bueno, se puede ir a La Caleta), si dejas las ventanas abiertas la casa se llena del polvo que vuela en el ambiente y que trae de cabeza a los alérgicos. Si has hecho planes de salir a navegar olvídalos, las persianas golpean y golpean sin cesar, las palmeras se cimbrean que parecen que van a romperse, se acentúan las "locuras", etc, etc. Nadie escapa al viento de levante.

Ya no puedo escribir más, el levante me puede y me estoy "aflatando" (homenaje a Lidia). Mejor me contáis vosotros cómo os afecta este viento de levante que nos sabemos cuando se va a ir.

Hasta la próxima, suerte y bendiciones.

domingo, 6 de septiembre de 2009

Locuras de una tarde de verano...


Mis compañeros de trabajo dicen que tengo un halo especial para arreglar las máquinas que se estropean en la oficina. Cuando se les estropea la fotocopiadora, el ratón, la impresora o cualquier otro aparato, llaman a mi puerta pidiendo auxilio. Yo no creo, aunque reconozco que me hubiera gustado, tener poderes mágicos que arreglan los artilugios defectuosos pero sí que tengo una visión más "humana" de ellos. De todas formas en muchos casos cuando me acerco sí se arreglan.

Mi padre, que era mecánico de máquinas de escribir, decía que a las máquinas había que tratarlas con cuidado, que los golpes y los malos modos no servían más que para estropearlas y hacer que funcionaran peor y menos tiempo. Yo, por mi parte, soy de la opinión que las cosas en general incluidas las máquinas tienen algo parecido al alma de los humanos, que de alguna forma sienten nuestras vibraciones y así, si los tratamos mejor, durarán y nos responderán mejor. Quizás ahí radique el secreto de mi halo especial que hace que las cosas se arreglen cuando me acerco. (A estas alturas ya muchos estaréis pensando que estoy un poco loco, pues seguid leyendo y...).

Igualmente, pienso que las cosas que el hombre crea deben ser usadas pues sólo así alcanzan el fin para el que existen. Es decir, un vaso ha sido creado para que bebamos en él, un cuadro para contemplarlo, un disco para ser escuchado, y no para permanecer guardados u olvidados. De alguna manera las cosas que no son usadas adquieren una pátina de infelicidad que se traslada al aire que respiramos. Ésto que pienso lo relaciono con la inutilidad de acumular cosas y cosas que no usamos en lugar de poseer sólo aquello que vamos a usar combatiendo la emisión de infelicidad al ambiente. (Supongo que los que no pensaban que estaba un poco loco, ahora ya estarán más convencidos...así que no sigo, prefiero no pasar el resto de mi vida en la "López Ibor").

Conclusiones: Primero, no tratar mal la fotocopiadora de la oficina, el ratón del pc, la puerta del microondas, el mando de la tele... y segundo, no acumular, compartir y usar lo que teneís guardado...

Hasta la próxima, suerte y bendiciones.

miércoles, 2 de septiembre de 2009

Paraísos perdidos...


No comencé a conocer la provincia de Cádiz hasta que no tuve diecisiete años. Mi padre no conducía y, dado que mi familia no disponía de coche, no salíamos los fines de semana de excursión. Fue cuando empecé a volar solo cuando descubrí lo que había más allá de San Fernando. Gracias a mis nuevas relaciones de esa edad tuve la oportunidad de conocer los paisajes, pueblos y espacios abiertos de la Sierra de Cádiz. Contemplar la naturaleza por las rutas del Pinsapar, El Bosque, Ubrique..., aventurarnos por la zona de la Janda, por las rutas del Picacho, del Monasterio del Cuervo, pero sobre todo, y sin menospreciar lo anterior, para mí el gran descubrimiento fue conocer las playas que se extienden desde Chiclana hasta Tarifa. Los que me conocen saben que un baño en el mar es mi mayor placer. Sin lugar a dudas para mí esos lugares coinciden casi en tu totalidad con el paraíso terrenal. Durante años estuve volviendo todos los veranos unos días de camping a las playas de Zahora en Vejer y los paseos y excursiones se ampliaban a Conil, Barbate, Zahara y Tarifa. Recuerdo un chiringuito en la playa que consistía en un simple techo de cañizo y unas mesas toscas de madera sobre la arena con una radio en la barra que sonaba sin ahogar el ruido de las olas. Todo era sencillo y natural en aquellos días. Las playas estaban casi desiertas de gente y también de hoteles y restaurantes. Se accedía a través de carriles de arena sin asfaltar y la paz y la tranquilidad de aquellos días te trasportaban a lugares lejanos donde la civilización casi aún no había llegado. Sin embargo, los años pasan y la vida cambia. Durante unos años estuve sin ir por allí y, las veces que volví por aquellos lares, ví que las cosas han ido cambiando mucho. Las playas ya no están tan desiertas y aquel chiringuito de la playa es hoy un complejo hotelero llamado Sajoramibeach que nada recuerda aquél que conocí.

Sin embargo, hoy en día, veinte años despues de lo que os cuento, a pesar de todo, aún merece la pena ir por allí. En meses no de temporada alta aún se puede disfrutar de playas desiertas y de paisajes perdidos. Os lo recomiendo.

Hasta la próxima suerte y bendiciones.