domingo, 29 de marzo de 2009

La banda sonora de nuestra vida...


Una vez leí que la vida real no tiene banda sonora. La vida no es como en las películas en las que siempre se escucha una canción cuando pasa algo interesante, en nuestras vidas, no. En la vida real la banda sonora o la ponemos nosotros o sólo hay silencio. La música no siempre formó parte de mi existencia, pero ahora se ha convertido en un elemento indispensable. Tiene un efecto terapéutico, es un arte que me ha ayudado a calmar, identificar y aceptar la existencia. No recuerdo en qué momento de mi vida empezó la música a formar parte de mi universo personal. Tengo vagos recuerdos de mi infancia oyendo a mi madre cantar copla y algo de zarzuela. Quizás me resultan ahora emocionantes por ser recuerdos de mi infancia y de mi madre, pero no formaban parte de mi interés. De adolescente la música llegaba a través de la radio, de los famosos Cuarenta Principales, aunque nunca ponían la canción que me gustaba, y algunos discos de mi hermana que sonaban regular en el tocadiscos familiar. Fue, a partir de los 16 ó 17 años, cuando empezé a conformar la banda sonora de mi vida, aunque no sonara de forma espontánea sino más bien pinchada por mí.

Hasta llegar a los cuarenta y dos años que tengo ahora, mucha música ha pasado por mis oídos aunque pocas permanecen desde la adolescencia. De ese pequeño mundo musical dos géneros me acompañan desde entonces. Por un lado, la música de Bach y la ópera italiana y, por otro, la música que Jacques Berthier compuso para la Comunidad de Taizé http://www.taize.fr/. Cada uno, a su forma, tienen la capacidad de emocionarme, de serenarme, de elevarme por encima de los acontecimientos y poder interiorizarlos con la perspectiva adecuada. A Juan Sebastian Bach me lo presentó, en un Renault 5 el Profesor Molina, volviendo de la Escuela de Magisterio. Llegó para quedarse hasta ahora. Vino en un tiempo en el que necesitaba salir desde el punto de vista social y conocer más mundo. Era necesario ampliar mi espacio vital y Bach fue el que movió el resorte que me hizo dar el salto. Ahora es ya un "clásico". La ópera italiana fue una curiosidad que también se ha quedado a vivir conmigo. Y entre unos y otros, mucha música, alguna de mejor calidad y otra menos. Joaquín Sabina también supo ponerle letra y música a muchos sentimientos y muchas emociones. Inés, mi mujer, se encargó de introducirme en otros géneros, el jazz, el pop, la música de los 70, los 80... Ahora estoy rendido a la obra de Alberto Iglesias, el compositor preferido de Pedro Almodóvar. Lo último, la de "Los abrazos rotos", os la recomiendo.

Seguro que todos tenemos nuestra banda sonora personal. Y si no, os invito a recordar un hecho importante en vuestra vida y seguro que hay una canción o una melodía que va de su mano... ¿no la oyes aún?

Hasta la próxima, suerte y bendiciones.

sábado, 28 de marzo de 2009

Piedras grandes y piedras pequeñas


Prefiero incluir en el blog textos propios y no de otros, pero el pasado lunes me topé con este cuento en una reunión el colegio de mi hijo. Me gustó, por eso os lo pongo aquí. No voy a comentarlo, eso os toca a vosotros. Ponerlo en práctica a todos.

"Un día, un viejo profesor fue llamado como experto para hablar sobre la planificación eficaz del tiempo su tiempo a un grupo de quince ejecutivos de grandes compañías norteamericanas. Parado, delante de ese grupo de élite, el viejo profesor los miró uno por uno, atentamente, y les dijo "Vamos a hacer un experimento".
Debajo de la mesa que lo separaba de sus alumnos, el profesor sacó un tarro de vidrio de más de 4 litros, que puso delicadamente enfrente suyo.
Luego sacó alrededor de doce piedras tan grandes como bolas de tenis y las depositó cuidadosamente, una por una en el gran tarro. Cuando el recipiente se llenó hasta el borde y era imposible agregarle una sola piedra más, levantó lentamente los ojos hacia sus alumnos y les preguntó: "¿Les parece que el tarro está lleno?"
Todos respondieron: "Sí." Esperó unos segundos y agregó: "¿Están seguros?" Entonces, él se agachó de nuevo y sacó de debajo de la mesa un recipiente lleno de piedrecillas. Con mucho cuidado, él agregó las piedrecitas sobre las piedras grandes y sacudió ligeramente el tarro. Las pequeñas piedras se infiltraron entre las grandes... hasta el fondo del tarro.
El viejo profesor levantó nuevamente los ojos hacia su auditorio y reiteró su pregunta: "¿Les parece que el tarro está lleno?" Esta vez sus brillantes alumnos comenzaron a entender su manejo. Uno de ellos respondió: "¡Probablemente no!" "Bien", respondió el viejo profesor.
Se agachó nuevamente y esta vez sacó de debajo de la mesa una bolsa de arena. Con mucho cuidado agregó la arena al tarro. La arena rellenó los espacios existentes entre las piedras y las piedritas. Una vez más, preguntó: "¿Les parece que el tarro está lleno?"
Esta vez sin pensarlo dos veces y en coro, los brillantes alumnos, respondieron: "¡No!" "¡Bien!", respondió el viejo profesor. Y como se esperaban sus prestigiosos alumnos, el hombre cogió la botella de agua que estaba sobre la mesa y llenó el tarro hasta el tope.
El viejo profesor levantó entonces los ojos hacia su grupo y preguntó: "¿Qué gran verdad nos demuestra esta experiencia?" El más audaz, pensando en el tema del curso (la planificación del tiempo), respondió: "Demuestra que también cuando nuestra agenda está completamente llena, con un poco de voluntad, siempre se puede añadir algún compromiso más, alguna otra cosa por hacer". "No -respondió el profesor-; no es eso.
La gran verdad que nos muestra esta experiencia, es la siguiente:" "Si uno no mete las piedras grandes primero en el tarro, jamás podría hacer entrar el resto después."
El viejo profesor, dijo entonces: "¿Cuáles son las piedras grandes en sus vidas?" "¿Su salud?" "¿Su familia?" "¿Sus amigos?" "¿Realizar sus sueños?" "¿Hacer lo que aman?" "¿Aprender?" "¿Defender una causa?" "¿Relajarse?" "¿Tomarse el tiempo...?" "¿O cualquier otra cosa?"
"Lo que hay que retener, es la importancia de meter esas PIEDRAS GRANDES en primer lugar en vuestra agenda.
Si se da prioridad a miles de otras cosas pequeñas, se llenará la vida de nimiedades y nunca se hallará tiempo para dedicarse a lo verdaderamente importante. Así que no olvidéis plantearos frecuentemente la pregunta: "¿Cuáles son las piedras grandes en mi vida? y situarlas en el primer lugar de la agenda". A continuación, con un gesto amistoso, el anciano profesor se despidió del auditorio y abandonó la sala.

Ahí os queda este pequeño cuento. Es mi regalo de primavera.

Hasta la próxima, suerte y bendiciones.

sábado, 21 de marzo de 2009

Una noche en la ópera


El pasado jueves, día del padre, Inés y yo tuvimos la oportunidad, gracias a un buen amigo, de asistir al estreno mundial de la ópera "El libro de los Reyes". A las nueve de la noche ocupamos nuestras localidades y con cierto nerviosismo miramos cómo estaba el Gran Teatro Falla. Nos pareció que, para ser un estreno mundial, el aforo era bastante escaso. Luego comprendimos por qué.

Había tenido una especie de aviso de lo que iba a suceder esa noche. Cuando me dirigía a recoger la entradas oía en la radio una emisión de una representación de la ópera La Traviata. Esta ópera de Verdi se estrenó en Venecia en marzo de 1853. Diversas causas hicieron que la primera representación fuera un absoluto fracaso. Cantantes inapropiados, un vestuario defectuoso, y, especialmente, el hecho de que el libreto propusiera como protagonista a una mujer a la que la moralista sociedad de la época considerara una apestada. Todo eso hizo que La Traviata fuera un fracaso en ese momento. Cuando empezó la ópera a la que asistía con Inés, el aviso se convirtió en realidad. No hubo aplausos entre acto y acto y el aplauso final fué más un compromiso que un reconocimiento.

El libro de los Reyes es una metáfora sobre la incomunicación entre el mundo de los adultos y los niños. Un Rey tiene que escribir un discurso y el libro que lo ayuda en estos temas ha sido robado de la corte. Nadie sabe qué ha pasado y los niños que lo han descubierto no son escuchados. Sólo cuando el Rey recupera su espíritu de niño, el libro aparece y se reestablece la armonía y el equilibrio. Es interesante la metáfora, el problema es que si no lo lees en el folleto que te dan a la entrada, no te enteras de nada. Por lo menos nosotros.

El argumento y la orquesta bien, pero la escenografía, el vestuario y todo lo demás corresponden a lo que ahora se encuadra en el arte contemporáneo y, sinceramente, no nos gustó mucho. Creo que al poco público que quedó al final de la representación, pues muchos abandonaron sigilosamente, incluido del palco municipal, antes de que cayera el telón, tampoco.

Sin embargo, la velada resultó magnífica. Un jueves, un amigo que te regala entradas para la ópera, los dos solos, un paseo en una noche primaveral, unas tapas deliciosas, una conversación sin interrupciones ¿qué más se puede pedir?

Espero que "El libro de los Reyes" siga la misma suerte que La Traviata, que, después de su inicial fracaso, se convirtió en la más conocida y reconocida ópera de Verdi y, posiblemente, de la historia de la ópera. Si eso ocurre, lo dudo, seguramente nosotros no lo veamos.

Al menos nos quedaremos con la enseñanza de la historia. Mientras estemos a tiempo, padres, hablen y, especialmente, escuchen a sus hijos, hijos, escuchen y hablen con sus padres.

Hasta la próxima, suerte y bendiciones.

jueves, 5 de marzo de 2009

Hace justo nueve años...


Hace justo nueve años, más o menos a la hora en la que estoy escribiendo este texto, Inés, mi esposa, me dijo que teníamos que ir al hospital, que nuestro hijo quería salir y ver la luz del mundo. No nos pusimos muy nerviosos. Teníamos la certeza que todo iría bien, el embarazo había transcurrido como un embarazo normal. Las ecografías y las pruebas estaban correctas y todo nos hacía confiar que el parto iría normal y corriente. Sin embargo, nada ocurrió como creíamos que sucedería.

Tras una horrible noche de espera entre dolores y más dolores, bajamos a paritorio cuando ya parecía que el niño iba a nacer. Pero aún hubo que esperar más para, al final, tener que ir a quirófano a extraer al niño mediante una cesárea. Si todo hubiera quedado ahí, tampoco estaba mal, pero la intervención duraba más de lo que dura una cesárea y, entonces, empecé a tomar conciencia que algo no iba bien. No quisimos avisar a nadie hasta que el niño estuviera en el mundo. Sólo María del Mar y Juan Antonio, amigos nuestros que trabajaban en el Hospital, iban y venían. Me daban ánimos, pero yo ya intuía que algo no iba bien. Al cabo de dos horas mi intuición fue corroborada por el informe del médico que me hizo pasar a su despacho. Mi hijo había sufrido una parada cardíaca todavía unido a su madre por el cordón umbilical. Había tenido que ser entubado y había muy pocas esperanzas que sobreviviera a las próximas 24 horas y en el caso de hacerlo, era muy probable que hubiera daño cerebral grave. Había nacido con un kilo seiscientos gramos. Al parecer un mioma había impedido que recibiera alimento desde el séptimo mes del embarazo. Creo que en toda mi vida me he llevado un corte más grande. No hacía ni doce horas que estaba tan feliz y tan contento con mi mujer y unos amigos de Sevilla viendo la cabalgata y haciendo bromas sobre nuestro hijo y ahora me encontraba allí, de pie, frente a los médicos, recibiendo la noticia de que mi hijo estaba más muerto que vivo. No perdí la calma, fui a ver a mi mujer que estaba en el despertar y como pude le dije que el niño había nacido bajito de peso pero que estaba en la incubadora para que fuera cogiendo peso. Luego fuí a ver a mi hijo. Entré con nuestra amiga María del Mar y, ahí estaba, era mi hijo, pero veía más tubos y cables que a él. Tuve que pararme y pensar ¿qué hacer? Decidí llamar a mis padres, a los padres de Inés y a la vez que lo iba contando iba asimilando lo que había ido pasando. A todos les decía que el niño había nacido bajito de peso pero que, poco a poco, iría engordando y ya está. Creo que, a fuerza de contarlo, yo mismo me lo creí.

La siguiente vez que entré a verlo, lo hice con mi madre. Estaba muy preocupado de cómo reaccionaría al ver a su nieto esquelético, entubado y lleno de cables y aparatos que pitaban y pitaban. Literalmente dijo "está muy delgadito, pero ya engordará" "que de pelo tiene, se parece a su padre". Todavía me sorprende recordar su reacción. ¡Qué verdad es que cada uno ve lo que quiere ver! Mi madre veía a su nieto y nada más. El seis de marzo fue un día duro. A lo largo del día todo el mundo supo que Antoñito Juan había nacido. Inés no vio a su hijo hasta dos días después. Cuando lo hizo su aspecto era el mismo, pero las esperanzas eran mucho mayores. Inés le trasmitió tanta fuerza, tanto amor, a través del cristal de la incubadora que el niño decidió salir de allí rápido. Mi hijo decidió que nada le iba a impedir vivir y ser feliz. Que nada le iba a impedir abrazar a su madre. Tuvo que recibir numerosas transfusiones. Tuvo que aguantar los tubos varios días más hasta que, a fuerza de llorar, expandió los pulmones y empezó a respirar por sí solo. Comía lo que le daban y, a veces un poco más. Y así, entre algún que otro susto en la primera semana, y muchos avances, Antoñito Juan salió adelante.

Hoy hace nueve años de eso, parece que fue ayer, pero no ha habido un día de esos nueve años que no hayamos gracias a Dios por este hijo que ha llenado hasta el borde nuestra vida.

Mañana serán los festejos, los cumpleaños feliz, las tartas y los regalos. Sin embargo, siempre recordaremos esa noche y esa mañana en la que podía "haber no sido" aunque "al final fue".

Nueve años después os damos la gracias a todos los que estuvistéis allí, especialmente a María del Mar, esos días con nosotros, y sobre todo, con Antoñito Juan.

A tí, hijo mío, muchas felicidades.

Hasta la próxima, suerte y bendiciones.

lunes, 2 de marzo de 2009

Tiempo favorable de Cuaresma


El pasado miércoles de ceniza asistí con mi madre a la imposición de la ceniza cuaresmal. La Iglesia estaba repleta de personas de avanzada edad. Sólo un par de niños acompañando a sus abuelos y pocos de mi edad o más jóvenes. A pesar de esto, la entrada de este blog no la voy a dedicar al hecho conocido de que las iglesias han quedado como refugio de las personas mayores y los jóvenes han decidido habitar otros espacios.

Después de las lecturas, de la ceniza, llegó el tiempo de ofrecer una breve reflexión sobre la cuaresma, sus prácticas, de como tenemos que vivirla y de como no tenemos que hacerlo. Al final me asaltó una pregunta ¿cuántas cuaresmas hemos vivido los que estamos en esta celebración? ¿cuánto nos hemos convertido a lo largo de nuestra vida? Yo entiendo la cuaresma como un tiempo para cambiar, para convertirse. Convertirse proviene del griego metanoia que significa cambio. Es un término dinámico no estático. Convertirse significa ir de un lado a otro. Ir del no-Dios a Dios con lo que ello conlleva. Sin embargo, el sacerdote no hablaba de dinamismo, hablaba de consumismo, consumir celebraciones, consumir lecturas, reflexiones, pero no hablaba de cambiar, de moverse, de salir de nosotros mismos para ir hacia Dios.

Al final, tuve que echar mano de la comunión de los santos, de la comunión con la Iglesia, y de algún que otro recurso más para sentir que era importante estar ahí.

Me dió pena la cantidad de oportunidades que se pierden de invitar a movernos un poco más hacia el Evangelio. La predicación de la Iglesia está falta de invitaciones prácticas a mirarnos como cristianos y como Iglesia. Año tras año repetimos esquemas y celebraciones y no parece que el Reino de Dios esté más cerca gracias a nuestra conversión personal y comunitaria. Nuestra liturgica es más un piedad personal que una corriente comunitaria que se traduce en una moral social que facilita el cambio y la transformación.

Quedan 32 días de Cuaresma, quizás no esté todo perdido. Quizás este año 2009 sea un tiempo favorable para empezar a cambiar. ¿Nos atrevemos?

Hasta la próxima, suerte y bendiciones.