domingo, 30 de mayo de 2010

Bajo el mar...


Hoy me he dado en el mar el primer baño de la temporada. Volver a sumergirme en el mar ha sido como volver a la respirar. Frío y transparente, el mar me estaba esperando. En realidad, han sido dos baños. El segundo aún mejor que el primero.

Desde que tengo uso de razón me ha gustado meterme en el agua. El mar en la playa, un río en el campo, una piscina allá donde estuviera, ejercen tal atracción sobre mí que no puedo dejar de zambullirme en el agua.

Para mí, hundirme en el líquido elemento es como volver al seno materno; es la libertad de flotar, es una catarsis necesaria, pero sobre todo, estar bajo el agua, es el silencio. Bajo el agua no puedo hablar, que es para mí algo imposible dejar de hacer en la superficie, y entonces el silencio no deja de sorprenderme, la pena es que apenas me dura 20 segundos que es lo que aguanto sumergido sin respirar.

Desde hace años, durante el invierno, voy a la piscina a mantenerme en forma. Es como un pequeño refugio en espera del mar del verano. Al terminar la tabla de ejercicios me hundo hasta el fondo buscando el silencio, aguantando hasta el límite de la asfixia.

Mi santo patrón, San Antonio de Padua, fue un monje franciscano y predicador que vivió para el mundo y para Dios a caballo entre el siglo XII y XIII. En los muchos prodigios que se le atribuyen está el hablarle a los peces con tanta maestría que éstos sacaban sus cabezas del agua para escucharlo. Ahí encuentro un vínculo entre mi verborrea y el agua. El otro es que cuando el sarcófago de San Antonio fue abierto, treinta años después de su muerte, lo único que se conservaba incorrupto fue su lengua ¿quién duda ya de dónde me viene la manía de no callar?

Hoy me he dado los primeros baños de la temporada. Quizás también debería ser el primer día de moderar mi lengua y desarrollar más la virtud de escuchar sin poner los ojos redondos.

Hasta la próxima, suerte y bendiciones.

sábado, 22 de mayo de 2010

In vino veritas...

Mi mujer tiene un buen amigo en Granada al que ella llama cariñosamente "el catador de venenos". En la antiguedad, los catadores de venenos eran los que probaban la comida o la bebida de su señor, por si contenían algún veneno que quisiera acabar con su vida. En este caso, no es veneno lo que su amigo prueba antes que nosotros sino una serie de vinos que luego nos recomienda. Así, semana tras semana nuestras comidas y cenas son acompañadas por desconocidos caldos que, todo hay que decirlo, responden a las expectativas. Sirvan estas líneas para agradecer a Jose Mari, así se llama nuestro catador de venenos, su valentía y generosidad.
El vino se asocia al amor y a la falta de amor, acompaña la alegría y la tristeza, el éxito y el fracaso, preside la amistad, impregna profundamente el cultivo del espíritu, los negocios, la guerra y la paz, el reposo del trabajador. El vino como medicina, como ofrenda a los dioses, como elemento indispensable de la liturgia. ¿Quién no ha tomado alguna vez una copa de vino, o dos?
Tiene el vino también una cualidad desinhibidora. Depende de cada persona que, al tomar un número concreto de copas de vino, la lengua se desata y afloran nuestros verdaderos pensamientos. El vino se convierte entonces en un arma de doble filo que nos lleva, sin remedio, a insospechadas situaciones de las que cada uno tendrá que responder. Ya lo dice el adagio latino “in vino veritas”.
Sin embargo, si sabemos moderar su ingesta, el vino es parte esencial en la buena mesa, su matrimonio con la gastronomía, ha engendrado hermosos hijos. Una copa de vino con tu pareja, con tus amigos, son la imagen del paraíso. Y, en este mundo en el que vivimos, encontrar el paraíso es un regalo de incalculable valor.
Asi que, ante estos argumentos, solo me queda invitaros a levantar vuestra copa y brindar por la vida.
Hasta la próxima, suerte y bendiciones.

miércoles, 12 de mayo de 2010

Todo lo que sube, baja...


Dos días después de subir al norte, bajo, de nuevo en tren, al sur. El mismo tren que me llevó a Madrid, me lleva otra vez a Cádiz, mi ciudad, mi hogar. Una tónica en la cafetería, con un ventanal que me enseña un cielo nublado y un campo verde, muy verde, me hacen compañía mientras escribo esta entrada que cierra el círculo de escribir "in itinere".

El Escorial sigue igual de fantástico de como lo recordaba desde la última vez que lo ví hace unos años. Sus paisajes, sus calles, sus bares, siguen ahí, como si no pasara el tiempo por ellos. Y por encima de todo, sobre un cielo azul poblado de nubes, el imponente monasterio que se construyera por orden de Felipe II, sigue impresionando a propios y extraños. Mitad palacio, mitad monasterio, recuerda al poder de antaño por los cuatro costados. En la actualidad, lo único que lo une al poder es el Panteón Real, donde los reyes de España, desde Carlos I, son enterrados.

Del curso que me llevó a El Escorial decir que ha merecido la pena. Ha sido denso, cansado, pero muy interesante. Además, volver a encontrarte con compañeros de casi todos los rincones del país, es tan enriquecedor que, sólo por eso, merece la pena recorrer cientos de kilómetros,.

El tren baja tan lleno como subió. Curiosamente, como una pequeña venganza del destino, ruidosos niños viajan en los asientos contiguos. Bueno, ¿qué le vamos a hacer? Siempre queda una tónica en la cafetería. También baja un buen amigo que vuelve de Barcelona de recibir buenas, muy buenas noticias. Un tren es un pequeño universo repleto de pequeños mundos que viajan juntos.

Estamos llegando a Cádiz y, por tanto, el final de este viaje y el final de esta entrada. Como dice el título, todo lo que sube, baja.

Hasta la próxima, suerte y bendiciones.

lunes, 10 de mayo de 2010

De trenes que viajan hacia el norte...


Aquí estoy, montado en un tren, viajando hacia el norte. Es la primera vez que escribo en ruta, pero el compromiso de no dejar de publicar, al menos una vez a la semana, me obliga a ello. Gracias a las nuevas tecnologías, puedo escribir mientras viajo en tren hacia El Escorial por motivos laborales.

Pensé que el tren iría medio lleno o medio vacío, que cada uno lo entienda como quiera, pero no, va lleno hasta los topes. Niños, mayores, mediana edad, todas las edades están representadas en el vagón, en todo el tren. Escribo desde la cafetería, huyendo de dos pequeños que viajan a mi lado y que, aburridos de tantas horas de tren, han empezado a aburrirse y a trastear a mi lado. Ya sabéis lo que decía la Reina Victoria de Inglaterra: "a los niños hay que verlos pero no oirlos". Bueno, quizás un poco drástica, pero para esta ocasión, me sirve la frase.

De las formas que hay para viajar, creo que, el tren, aún teniendo sus pequeñas pegas, es de los más cómodos y prácticos para ir desde Cádiz a Madrid. Aproximadamente cuatro horas y media que, entre un poco de lectura, un poco de siesta y un rato de cafetería, se hacen cortas y llevaderas. Ahora que puedo sumar escribir en el blog, todavía mejor.

Los trenes siempre me han inspirado aventuras, huidas y nuevos comienzos. Reconozco que es una visión muy romántica del medio de transporte, y que, en este caso, un curso formativo no tiene mucho ni de aventura, ni de huida ni de nuevos comienzos, pero, para qué voy a negarlo, salir un par de días de la rutina y de la "espesura de las mediaciones" es un buen regalo a mediados del mes de mayo.

Bueno, a lo lejos se vislumbra ya la Villa y Corte, así que voy a ir cerrando esta entrada atípica e itinerante.

Hasta la vuelta, suerte y bendiciones.

PD: Por ser una entrada "in itinere" no ha pasado por mi correctora oficial, espero que sabrán disculparme.

miércoles, 5 de mayo de 2010

En la espesura de las mediaciones...


El que fue Delegado Episcopal de Cáritas Española, Salvador Pellicer, decía que, muchas veces, la vida nos lleva a la espesura de las mediaciones, y entonces, se corría el peligro de no ver la meta o el destino de nuestro camino u olvidar a las personas por las que trabajamos. Estamos tan en medio del bosque que no podemos ver los árboles. El trabajo burocrático tiene eso, papeles, papeles y de vez en cuando, más papeles. En esa espesura de los papeles paso mucho tiempo de mi vida profesional. A veces, entre tantos papeles de nombramientos, resoluciones, certificados, convenios, estatutos, temarios de formación, notas de prensa, mi trabajo en Cáritas se pierde en la espesura de las mediaciones de las que os hablo. Mi gran suerte, es que la reflexión de Salvador Pellicer me ha vacunado y así, cuando ando mucho entre papeles me viene de inmediato que esos papeles sirven para mucha gente siga ayudando a otra gente y mucha gente sea ayudada.

No creáis que trabajo sólo entre papeles. Gracias a Dios, entre tanta espesura hay muchos compañeros estupendos. Para suerte mía, formo parte de un equipo de trabajo compuesto por profesionales de la acción social de diferentes disciplinas. Con ellos paso gran parte del día y, además de trabajar juntos, compartimos el día a día del trabajo y de la vida. Gracias a ellos, la espesura de las mediaciones es menos densa.

A veces el día a día es difícil y las dificultades enturbian la convivencia. Entonces, un toque de humor colectivo hace que las aguas vuelvan a su cauce. El buen humor no debe faltar en un equipo humano de trabajo. Gracias a Dios, ese ingrediente no nos falta.

En fin, pensad que, cuando las montañas de papeles os cerquen las mesas de trabajo, tratadlos con amor por que en esos papeles está la vida de mucha gente.

Para que veáis "lo bien que me llevo con mis compis" os dejo un vídeo que lo refleja a la perfección.


Hasta la próxima, suerte y bendiciones.