domingo, 6 de octubre de 2019

Cenizas en los ojos...


El volcán estalló a primeros de agosto. Durante los meses previos, el calor había sido era sofocante y, aunque todo en el ambiente hacía presagiar una catástrofe, nadie pensaba que la montaña reventara de una manera tan brutal. En el primer momento hubo pocas bajas, dolorosas, pero comprensibles por estar cerca de la erupción. Sin embargo, lo peor llegó después. Fue la ceniza, pequeños jirones de fuego que, a gran velocidad en la explosión y lentamente después, empezaron a flotar en el ambiente sin que nada ni nadie pudiera evitarlo.

En las siguientes semanas, una vez la lava de dejó de manar, se inició la reconstrucción de las casas, las carreteras, las escuelas. Parecía que la normalidad podría volver a imponerse en las laderas del volcán, pero era solo un espejismo o una esperanza, pues la ceniza seguía ahí, flotando en el aire, cubriendo parques, tejados y la vida de todos, ocultando los rayos de sol y entristeciendo todo a su alrededor.

A comienzos de enero, la prensa local reveló que los dirigentes políticos conocían un informe que había alertado de la erupción del volcán, pero que la evacuación fue desechada por su elevado coste. Las investigaciones posteriores concluyeron que los beneficios económicos y electorales que les reportó la nueva legislación sobre situaciones de catástrofe, fue elevadísima.

Si hoy, tres años después de la erupción, visitas los alrededores del volcán, solo la tristeza que dejó la ceniza se puede ver en los ojos de los habitantes.


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