miércoles, 19 de octubre de 2011

Tierras imperecederas...


J.R.R. Tolkien creó al escribir "El Señor de los Anillos" una de las más bellas metáforas de la historia de los hombres. Entre lo mítico y lo histórico, con seres reales e imaginarios, Tolkien nos muestra lo mejor y lo peor de la humanidad. De entre la multitud de personajes que aparecen en la novela, Tolkien eligió como protagonista a un ser pequeño, sencillo, humilde, pacífico, inteligente y bondadoso. Para ejemplarizar a los hombres, Tolkien eligió a Frodo Bolson de la raza de los hobbits, seres de pequeña estatura que habitaban en La Comarca, en sorprendente armonía y convivencia.

Cuando Frodo Bolsom heredó de su tío Bilbo el "anillo único" no era consciente de que recibió un objeto que simbolizaba el mal y que su posesión le convertía en destinatario de una misión que le costaría la vida: destruir el anillo para salvar su mundo conocido. Muchos a lo largo de los siglos, habían deseado poseer el anillo de poder, pero pocos lo habían logrado y los que lo alcanzaron fueron corrompidos por él. Hasta el mismo Frodo, alma pura y bondadosa, sintió la tentación del anillo.

La misión de Frodo fue destruir el anillo, representación del mal con mayúscula y origen de todo aquello que provoca daño al ser humano y a la naturaleza. Acompañado de amigos, aliado de otros que buscan el bien y la libertad de los pueblos, Frodo avanza entre pérdidas y peligros hacia el encuentro final con el poderoso Señor del Mal. Hasta el último momento, el anillo quiere corromper el buen corazón de Frodo, y es, gracias a su gran amigo Sam, que la misión puede completarse con éxito. Sin embargo, aunque el anillo fue destruido, Frodo no vivirá para envejecer. En su viaje fue herido por una espada envenenada y, al tiempo de completar su misión, Frodo debe partir hacia las Tierras Imperecederas, lugar que simboliza la vida tras la muerte.

Tolkien, profundamente religioso, tiñó su obra de muchos paralelismos de su fe católica. Jesús de Nazaret también fue una persona proveniente de un pueblo sencillo, tenía un carácter pacífico, humilde y bondadoso. En su madurez se rodeó de amigos y seguidores para llevar a cabo la misión concreta de construir un reino de justicia, amor y paz. Para ello tuvo que enfrentarse a los poderes de su época, a los ricos y a los sacerdotes, al mal y a la injusticia. Y en el empeño no llegó a viejo. Sin embargo, su muerte no fue el final. De un modo o de otro, Tolkien encontró en las Tierra Imperecederas una metáfora de la resurrección de Jesús.

De una forma o de otra, todos estamos llamados a una llevar adelante una misión en la vida. Cada uno tiene la suya, bien la descubres o bien te la encomiendan. La grandeza está en aceptarla y no desfallecer. En el camino encontraremos amigos y aliados, también dificultades y obstáculos. Nadie nos ha dicho que será fácil, pero, al final, si tenemos corazón sencillo, humilde, pacífico y bondadoso, al final, las Tierras Imperecederas estarán ahí, esperándonos.

Hasta la próxima, suerte y bendiciones.

1 comentario:

Unknown dijo...

Totalmente de acuerdo con lo expuesto, es un de las maravillas de la literatura y mas tarde del cine por supuesto. Bendiciones y suerte para ti también.