martes, 12 de abril de 2011

María, discípula de Jesús


La semana próxima, casi toda Andalucía y, más de media España, se llenará de procesiones donde, además de las imágenes de la pasión, muerte y, gracias a Dios, de la resurrección de Jesús, veremos infinidad de imágenes de María de Nazaret representada como madre dolorosa de su hijo. A ella, y por "equilibrar" un poco esa imagen, voy a dedicar esta entrada.

María de Nazaret fue una mujer pobre, seguramente analfabeta y destinada, por cultura y religión a una vida anónima y sin valor. Lo poco o mucho que conocemos de ella es, a través a los evangelios Lucas y Juan, donde se nos ofrecen dos imágenes distintas y, presentadas o utilizadas, en algunas ocasiones como contrapuestas de la misma mujer. Para Juan, María de Nazaret es la madre de Jesús. Como madre la presenta en el relato de las bodas en Caná, y como madre está a los pies de la cruz. Esta concepción de María preferentemente centrada en el papel de madre ha derivado que, en la Iglesia, se identifique a las mujeres exclusivamente con la maternidad, con el cuidado de los hijos, en el ámbito de lo doméstico, de lo privado. Durante siglos esta etiqueta ha derivado en que la mujer haya sido apartada de los espacios de participación y decisión y que la mujer haya sido identificada como cuidadora y en trabajos secundarios.

Lucas, sin embargo, sin negar la maternidad de María de Nazaret, presenta otro modelo al hablar de ella. En su evangelio, María aparece como seguidora de Jesús. En su Sí incondicional, acepta a Jesús en su seno, se deja habitar por la buena noticia del Evangelio de Jesús. A partir de ahí, María se convierte en discípula.

Como discípula, María ve la realidad y se implica en su transformación al detectar que falta vino en la boda en Caná (Jn 2, 3). Tiene los ojos y el corazón abiertos para contemplar a su alrededor. Su fe no es para ella, es para los demás. Detecta necesidades y ofrece caminos para su solución. No permanece al margen, ella aporta su ayuda dándose ella misma como cuando embarazada deja su casa y se va a la de su prima a ayudarle en su ancianidad (Lc 1, 39). Como discípula, María profetiza en su cántico "Magnificat" que el Reino de Dios lo cambiará todo. Su canto es una llamada a hacer vida los sueños y anhelos de los pobres. Vaticina que el orden injusto cambiará por una sociedad donde las relaciones sean más acordes al plan de Dios para la humanidad. Como discípula, María no vive su fe sola. Tras la muerte y resurrección de Jesús, María se unirá a los apóstoles y estará con ellos cuando en Pentecostés nazca la Iglesia. (Hch 1, 14). Como discípula, María, vive en clave de renuncia y generosidad (Lc 2, 41-45). María no se reservó nada para sí. Ni siquiera a su hijo. Cuando lo encuentran en el Templo de Jerusalén siendo niño (Lc 2, 41-45) comprende que debe desprenderse de él, pues su hijo está llamado al servicio del Reino de Dios. Su vida está llena de renuncias, pero esta será la más grande. Como discípula vive pobre entre los pobres. María vive en Nazaret, un poblado insignificante y pobre en Galilea. Ella vive en lo sencillo y lo austero. Sabe que Dios está entre los humildes y los pequeños. Jesús aprende de ella a estar con los pobres. Ella es maestra de caridad en su hogar de Nazaret.

Por todas estas facetas, María se convierte en una mujer excepcional, en modelo de discipulado adulto. Reducir esta figura sólo y exclusivamente a la figura de madre es falsear a la verdadera María de Nazaret.

Sin embargo, la faceta de madre ha prevalecido, al menos hasta el momento, sobre la faceta de discípula. A mi me gusta más la segunda y confío que, con el tiempo, la balanza entre las dos facetas se equilibrará y María, asi como la mujer, dejará de ser "de segunda" para ocupar el lugar que por derecho propio le corresponde.

Hasta la próxima, suerte y bendiciones.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Original visión de la Virgen María, gracias por compartirla con nosotros.

Ánimo y sigue escribiendo!